¿Cuántos como yo?

¿Cuántas noches espere para finalmente escuchar mi propia voz? y no su eco rebotando en las paredes que otros han construido. La verdad es que llevo más de treinta y siete años en silencio, observando, midiendo… con miedo de alzar la voz e incomodar, con miedo de no gustarle a los demás, con miedo de opacar con mi luz a quienes no la tienen, de ser causa de alguna controversia o simplemente ser la comidilla del momento y no saber porque. Porque nadie nunca se acerca a decirme porqué. Por qué no gusto o qué hice mal.

De repente abro mis ojos y empiezo a moverme ascendentemente, emergiendo de la noche, emergiendo de una laguna oscura y estrellada donde hibernaba en silencio. No sé cómo he podido resistir todo este tiempo bajo el agua, pero avanzo y son, entonces, ondas de tela oscura las que me cubren, negras como los dias que van quedando atrás.

¿Cuántos como yo han pisado ya esta tierra? Con un mundo escondido en medio de las costillas, llenos de colores y con hambre por sorpresas. Cuántos como yo imaginando tan vívidamente sus emociones, al punto de hacernos añicos… emociones burbujeantes como volcanes a punto de explotar, por exceso de calor.

¿Cuántos como yo han pisado ya esta tierra? Deseando que el amor nunca se acabe, para no volver a caer en la oscuridad, en la búsqueda constante y sin fin de una mano con la cual entrelazarse, como piezas de rompecabezas encajando perfectamente. Alguien que nos mire y se adentre, que comprenda y que se quede.

¿Cuántos como yo con ganas de volver a una época pasada? Y quizás hacer algunas cosas de manera diferente, como pedir que me la pasen al teléfono el día de su muerte, para despedirme. Decirle lo mucho que la quiero y que la familia nunca va a ser la misma sin ella. Volver a vivir algún día cualquiera, en el que ella tenga comidita fresca para mí, cualquiera de esos días que abundan en el pasado, donde es ella quien me espera llegar, bañada en luz de atardeceres que atraviesan y se meten a la casa a través de la ventana de la sala.

Estoy construida de retazos. Los colores de mi madre, las facciones de mi padre, incluida esta quijada, desviada y rechinante. Los deseos de mis tías, las peleas y los juegos con mis primos, los cariños insaciables de mis abuelos… descansen todos en paz. Algún día, si es que tengo suerte, seré parte de los mejores recuerdos en la memoria de Janet o de Luis. Nuestro paso por aquí se oxida rápido, se vence pronto… dan ganas de salir corriendo y dejarlo todo, sin importar si llueve a cántaros, dan ganas de volver y repetir todos nuestros viajes, de amanecer en Ollantaytambo, con el rocío de la mañana, cayendo sobre el Valle Sagrado, apurándonos para tomar el tren.

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